martes, 6 de octubre de 2009

Polémica ante la Nueva Ley del Cine.

En el diario El País se ha abierto un debate público entre cineastas que están a favor o en contra de la nueva Orden Ministerial que trata de regular la producción cinematográfica de este país. Cada uno expone sus argumentos, de un lado Jaime Rosales y por el otro Manuel Martín Cuenca. Os dejo a continuación los textos que ambos han publicado.

Despoliticemos el cine.

Por Jaime Rosales.

Existen dos hechos innegables cuya concomitancia merece una explicación. El primer hecho: el cine español -es decir, las producciones españolas que hacen los españoles dentro y fuera de España- es razonablemente bueno. Tiene una buena acogida internacional tanto de público como de crítica; posee figuras importantes en todos los ámbitos de la producción, con directores, actores, técnicos y productores de renombre internacional; y está en sintonía con el peso de nuestro país en el mundo.

El segundo hecho: el cine español no goza de buena prensa. Entiendo el concepto de prensa en un sentido amplio; en el sentido de opinión generalizada dentro del conjunto de la sociedad, más allá de la opinión específica de los medios de comunicación. Cabe preguntarse: ¿por qué? ¿Qué provoca esa animosidad? Los hoteles pierden clientes; los fabricantes de coches, también; las constructoras, no digamos; y ellos también reciben subvenciones. ¿Por qué esa especial negatividad con el cine? ¿Por qué siempre tanta polémica? Me aventuro a dar una explicación. Aunque no sea una explicación del agrado de muchos. El motivo por el que el cine español es tan polémico es por que una parte importante del colectivo que lo representa se ha significado políticamente en exceso. En un país tradicionalmente muy dividido ideológicamente, por los motivos que de sobra nos son conocidos, eso equivale a perder la mitad del público potencial y la mitad de la opinión favorable dentro de los medios de comunicación. ¿Qué pasaría si Zara o El Corte Inglés o Seat se significaran políticamente apoyando un partido? Lo mismo: perderían al 50% de su clientela potencial.

Más allá de cuestiones mercantiles o mercantilistas, el que un colectivo profesional, en este caso los profesionales del cine, apoyemos determinadas facciones políticas y que esperemos luego recibir una contraprestación por ese apoyo, es algo tremendamente perjudicial para el sector y para la salud democrática del país. Esto es verdad sea cual sea su opción política. Una sola excepción admitiría la movilización colectiva de toda la industria del cine: el caso de una sociedad bajo una dictadura no democrática. En ese caso, y sólo en ése, la lucha contra el régimen se convierte en un deber moral ineludible.

Como ya no ocurre en nuestro país, pues gozamos de una sociedad democrática relativamente sana y respetuosa, opino que es igual de erróneo apoyar públicamente a una facción política que a otra. Por supuesto, cada individuo en democracia puede expresarse políticamente, faltaría más. Pero, desde mi punto de vista, la correcta expresión política del individuo en democracia reside en la facultad que le otorga el voto. Esa expresión y ese apoyo a un partido, ese derecho democrático irrenunciable e irrevocable, debería ejercerse siempre dentro de la esfera privada y no de la pública. La esfera pública de lo político debería permanecer dentro del ámbito exclusivo de los profesionales de la política, es decir, de los políticos y de los medios de comunicación. De lo contrario, todas las ramas de la actividad humana acabarán quedando contaminadas por la política partidista. Esto es lo que está ocurriendo, desgraciadamente, en nuestro país en todos los ámbitos y muy particularmente en el cine. Ésa es mi explicación a la negatividad que produce el cine en una parte de la ciudadanía en la actualidad de nuestro país. ¿Es una explicación simplista? Tratemos de imaginarnos todos cómo sería recibido el cine en España si no estuviera tan comprometido políticamente.
Cuestiones particulares

En estos momentos se está elaborando una nueva y polémica orden ministerial para la regulación de las ayudas a las películas españolas. Parte de esa polémica viene del hecho de que un conjunto de cineastas, compañeros muchos de ellos y amigos, han firmado una proclama. El motivo por el que yo no he firmado es que la proclama no es fiel a la verdad. Sean amigos o no, les guste o no oírlo, no es cierto lo que dicen: la nueva orden no perjudica a las pequeñas producciones en beneficio de las grandes. Lo que hace es separar -y en este caso como en muchos otros, separar es ordenar, de ahí que se trate de una orden ministerial- unas cosas de otras. La nueva orden sí permite que se realicen pequeñas producciones, por supuesto que lo permite, y lo hace por un cauce: el de las subvenciones sobre proyecto aprobadas por un comité. La aprobación por parte de ese comité exonera a la producción de todo tipo de performance posterior. No tiene mínimos de calidad ni de espectadores.

El número de películas pequeñas subvencionadas es mayor que con la ley anterior y las cuantías, también. No entiendo las quejas. La orden fomenta también la realización de películas grandes -de más de 2 millones de euros- por otro cauce: el de la ayuda automática, siempre y cuando se alcancen los 75.000 espectadores. Un productor que no desee someterse al caprichoso fallo de una comisión podrá optar automáticamente a esa ayuda siempre que su película obtenga ese mínimo de espectadores. Se recibe más dinero, de manera más fácil, pero se tiene que lograr un resultado a futuro en taquilla. Parece justo, ¿no? Esta orden -imperfecta, como todas- lo que intenta es reorientar y reducir la producción. Aunque no a costa de las pequeñas, como aducen mis compañeros firmantes, sino a costa de las medianas. Es innegable que se hacen más películas de las que el público demanda y de las que el mercado puede absorber. Eso es una realidad y algo hay que hacer al respecto, especialmente en el periodo de crisis actual, en el que los recursos son escasos.

Las películas medianas no gozan de prestigio crítico, ni del favor del público. ¿Por qué deben ser subvencionadas? ¿En base a qué? No son ni buenas, ni baratas. ¿A quién le interesan estas películas más allá de quienes las realizan? Y esto me lleva a hablar de algo que va más allá de esta orden en concreto. Tiene que ver con una mala comprensión de lo que es la cultura y de lo que es el arte. Y de qué criterios deberían regir la cultura y el arte.

Contrariamente a lo que he escuchado muchas veces, hacer una película no es un derecho. Es un derecho en abstracto, claro, como también lo es ir a la Luna, ser catedrático o montar un bar. Todo el mundo tiene el derecho a ir a la Luna, a ser catedrático o a montar un bar. Que ese derecho se convierta en una realidad no tiene que ser responsabilidad del Estado; tiene que ser el resultado del conjunto de acciones y méritos de un individuo para lograr materializar ese deseo-derecho abstracto en una realidad. Los poderes públicos, si se quieren justos, deben facilitar que lo logren aquellos individuos que más méritos hayan demostrado.
Primar los resultados

De ahí la importancia no sólo de conceder ayudas, sino de vincular la concesión de ayudas a la obtención de resultados. Una sociedad que mantiene una red de individuos que logran acceder a ese dinero público sin haber hecho otro mérito que el amiguismo y el clientelismo político, y que el trabajo resultante sea pobre en calidad, es una sociedad con un tumor. Es una sociedad injusta, y la ciudadanía expresará su desacuerdo. No es justo que el que haga menos méritos pase delante del que hace más. Como tampoco es justo que pasen unas personas por delante de otras por motivos de raza, sexo, ideología o religión.

Por eso la nueva orden no es perfecta ni justa en otro de sus apartados: el del erróneamente denominado Ley de la Igualdad. Que las directoras tengan una bonificación sobre los hombres, simplemente por su condición sexual, no es justo. Como tampoco lo sería que lo tuvieran los hombres de etnia negra, o las mujeres de religión musulmana, o los gallegos que hablan gallego. Y todas estas protecciones especiales no son otra cosa que el resultado de la presión ejercida por un lobby concreto. Cuidado. Lo mejor para las mujeres -como para el conjunto de la sociedad- no es que más mujeres dirijan películas, ni que vayan a la Luna, ni que sean catedráticas o que abran bares. Lo mejor para las mujeres -y para el conjunto de la sociedad- es que las mejores mujeres y hombres accedan a los mejores puestos y oportunidades.

Por cierto, y para acabar, la última película que he ido a ver y que me ha conmovido es Frozen river. Y no es buena porque la haya dirigido una mujer. Es buena porque su directora tiene talento. Y la última de Pedro Almodóvar: Los abrazos rotos. No es buena por ser española, sino por ser la obra de un gran maestro en estado de gracia. Por eso, despoliticemos el cine. Saldremos ganando todos: cineastas y espectadores.


¿Por qué?

Por Manuel Martín Cuenca.

Querido Jaime, este diario me ofrece la oportunidad de contestar tu artículo. Acepto porque, aunque seamos buenos amigos, no comparto casi nada de lo que escribes, ni tampoco el tono y la posición desde dónde lo haces. Me refiero a ese papel retóricamente objetivo que, como redactor del texto, te adjudicas.

Comienzas afirmando que el cine español goza de prestigio internacional, y estoy de acuerdo. Luego, que el mundo del cine tiene mala prensa, y también estoy de acuerdo porque, aunque no lleguemos a estar tan desprestigiados como los sicarios colombianos, hay una cierta idea latente en el aire de que "los del cine" vivimos de las subvenciones, hacemos películas aburridas y estamos empeñados en seguir hablando de la guerra civil. No deja de ser curioso que estas acusaciones surjan en un país, el nuestro, que tiene a casi todos los sectores sociales e industriales subvencionados, que ha vivido 40 años de dictadura y que es la patria de la picaresca. Por último, te aventuras a explicar que la razón de nuestro supuesto desprestigio es que "nos hemos significado políticamente en exceso", esperando "recibir una contraprestación por ese apoyo" (cito tus palabras).

El cine es industria, pero también cultura, y su colectivo no es un todo, ni una marca ni una empresa (como sugieres comparando nuestro sector a una cadena comercial) y, por suerte, todos los miembros que lo componen no sólo tienen el derecho a opinar sino que lo ejercen. Lo triste es que otros sectores tengan que permanecer callados por miedo, precariedad laboral o por carecer de medios para manifestarse públicamente. Considero que los que nos dedicamos a la cultura nacemos y vivimos en una época y nos manchamos las manos en ella. La cultura no vive en una torre de marfil, y creo que es un deber, o por lo menos un derecho, que se comprometa con la realidad social del momento. Si lo que querías decir es que una parte importante del cine debería haber callado ante el NO a la guerra, me gustaría recordarte que creo que quien lo hizo actuó por convicción y con todo el derecho democrático para ello. No conozco a nadie, como acusas también en tu texto, que lo haya hecho para recibir prebendas. Y, por el contrario, conozco a muchos más que por permanecer callados sí que las reciben.

Lo que me sorprende, además, es tu visión profundamente mercantilista del asunto, y claramente ideologizada aunque quieras negarlo, pues está escorada hacia la idea de que el objetivo más importante es siempre hacer negocio, y ésa es la idea dominante del capitalismo actual. Una noción respetable pero ideológica, aunque lo niegues, y probablemente origen de la crisis actual. Comparas nuestro sector con una cadena comercial y nos recuerdas que ellos, más astutos que nosotros, no se meten en política y, por tanto, quedan libres para dedicarse al objetivo único: el dinero. Luego, afirmas que "una sola excepción admitiría la movilización colectiva de toda la industria del cine: el caso de una sociedad bajo una dictadura no democrática" (cito tus palabras)... Jaime, ¿¡es que existen dictaduras democráticas!?... Con ello realizas una enmienda a la totalidad ante todo tipo de movilización. Según los conceptos democráticos que he aprendido, una movilización es legítima siempre y cuando no sea violenta. Demuestra que la democracia está sana y que la clase política y económica en el poder puede seguir siendo cuestionada.

Lo siento, Jaime. No puedo compartir contigo esa idea de democracia raquítica que defiendes, la contenida exclusivamente en la esfera de lo privado y manifestada en el voto cada cuatro años. La democracia no puede dejarse exclusivamente en manos de los políticos o los medios de comunicación como sugieres, porque no es de ellos, no les pertenece. La democracia no es el aparato que organiza las elecciones, sino el principio de división de poderes y ejercicio constante de nuestros derechos. Cuando le doy un voto a un partido no le doy un cheque en blanco. Quiero seguir ejerciendo permanentemente mi derecho a disentir y a movilizarme, gobierne quien gobierne. Y esto incluye a los poderes económicos. Porque la economía no vive en el limbo, nunca lo ha hecho, como pretendes sugerir en párrafos de tu discurso. También está comprometida, ensuciada, con la política. Sinceramente, tus afirmaciones sobre el papel de la democracia me alejan intelectualmente de ti, y me cuestionan todo lo que, a continuación, pasas a exponer. Tu preámbulo para justificar tu ataque a la iniciativa que un grupo de cineastas, erróneamente o no, estamos haciendo por lo que consideramos una defensa de la existencia de un cine pequeño y mediano en la industria española, me desconcierta. Sobre todo porque quien gobierna ahora es el PSOE, y parece que nos acusas de estar siempre detrás de él.

En efecto, creo que has captado perfectamente el espíritu que mueve la nueva Orden y que la defiendes porque compartes su filosofía subyacente: la ordenación de la producción en dos divisiones, dos élites. La primera (siempre según el texto que conocemos) está compuesta por las producciones de más de 2 millones de euros que recibirán una ayuda automática. Lo que cuenta para entrar en este selecto club es que las películas tengan un tamaño financiero que la gran mayoría de las producciones españolas no poseen. Con el peligro evidente de que los que no puedan producir esas películas se dediquen a inflar los presupuestos para alcanzar los mínimos que exige el Ministerio. Se pide, además, conseguir un mínimo en taquilla, cosa que parece lógica, y fácil para las producciones de ese tamaño. La segunda élite estará compuesta por películas elegidas por una comisión, supuestamente objetiva, que valorará los proyectos de nuevos realizadores, de contenido experimental o interés cultural. Es decir, aquellos de "calidad artística objetiva". Aparte de que esté en contra de ese concepto, que no es más que una vacuidad efecto del marketing y la moda, todos sabemos cómo han funcionado y funcionan esas comisiones. ¿Para qué engañarnos? Podrán ser más equilibradas, pero siempre habrá un grupo que elegirá subjetivamente los proyectos. O sea, jarabe ultraliberal o jarabe estatalista. La teoría de las dos ventanillas obliga a asumir el mayor riesgo al cine de presupuesto pequeño y medio, o que no haya caído en gracia a la comisión correspondiente. Esa película pequeña o mediana no podrá contar, de entrada, con ninguna ayuda. Dicho claramente, el productor pequeño y mediano tendrá que arriesgar más dinero de su bolsillo que el productor grande.

Más allá de discusiones técnicas, lo importante es reflexionar por qué este empeño, este delirio, en hacer películas grandes en un industria mediana de un país mediano, y por qué se quiere imponer una raya que divida las producciones en dos élites, dos divisiones, en vez de continuar con el criterio de proporcionalidad que imperaba hasta ahora. Si es, como tú defiendes, para acabar con la producción media, estoy en contra. Porque es el cine que hacemos la mayoría de los cineastas que no nos consideramos grandes artistas, sino artesanos que tratan de expresarse libremente. Ni hacemos experimentos artísticos ni hacemos grandes producciones. Cuando dices: "las películas medianas no gozan de prestigio crítico, ni del favor del público" (cito textualmente) no sé de qué hablas, sinceramente. ¿Hablas de El Bola, Siete vírgenes, Te doy mis ojos? ¿Hablas de las tres películas que han ido este año a San Sebastián? ¿De mis películas? ¿De qué hablas?...

Ese llamado cine medio es la base de la industria cinematográfica en cualquier lugar. El verdadero músculo que da trabajo a la mayoría de la gente y del que nacen los cineastas que luego realizan grandes películas. Nadie surge de la nada. No es que hacer una película sea un derecho, como dices, no se trata de eso. Nadie lo ha dicho así. Es que si el estado decide apoyar la cultura y la industria debe tratar de hacerlo proporcionalmente, de forma justa. Está bien que se hagan películas grandes, medianas y pequeñas, comerciales y experimentales. No estoy en contra de eso, entre otras cosas porque soy un "amante del cine" (como me han denominado últimamente) y me gustan diferentes tipos de películas. Pero advierto que esta concepción que pretende expulsar la producción media del mercado, es un ataque directo, quizás inconsciente, al corazón del cine y su industria.

Terminas tu artículo atacando la discriminación positiva. Lo cierto es que, según nuestras leyes, deben aplicarse medidas de discriminación positiva también en el cine. ¿Por qué no? ¿Qué razón hay para aplicarlas en otros ámbitos de la sociedad y no en el nuestro?


Después de leer ambas cartas supongo que todos habréis sacado una conclusión u os habréis decantada por una posición u otra. Queda abierto el debate en la sección de comentarios.

7 comentarios:

El intruso cuentacuentos dijo...

¿A qué no sabes de qué lado me sitúo?...

Martín dijo...

Pues no sé, tú seguro que sólo haces las cosas a lo grande jejeje

El intruso cuentacuentos dijo...

Yo soy un defensor de las clases medias, de las medias ponderadas, de las medias (o panties), de los medios centros, de la media hora... Y en el cine ya ni te cuento. Además cuando hable Jaime, diga lo que diga, no tengas ninguna duda sobre mi posición.

Besos a los niños.

Tit dijo...

A mi, personalmente, me parecen dos soberbias tonterías. Tanto el Señor Contento como el Señor Enfadadao hablan de sus respectivas situaciones dentro de la industria del cine español, y de nada más; es una discusión de colegiales.

Si la ministra -y esto es una invitación- prohibiera las grúas y regulara el ritmo de las películas, por ejemplo, los directores dejarían de hablar de subvenciones.

Lo que estos señores -el Contento y el Enfadado- se están jugando es una cosa de pymes.

—fili dijo...

Sólo puedo decir que las dos cartas me parecen largas.

Unknown dijo...

Yo estoy en contra de todo menos de de mí.

Viva el Pulgas!

—fili dijo...

joder javi, que poco contribuimos tu y to al dialogo, no?