miércoles, 12 de marzo de 2008

Hwidar, Director de "Salvador (historia de un milagro cotidiano)"

Recientemente Pilar Matas me pidió que escribiera algún artículo relacionado con el mundo del cine para la revista Tragos que edita OSAAEE (Organización de Sindicatos de Actores y Actrices del Estado Español). Me pareció que realizarle una entrevista a Hwidar, ganador del mejor cortometraje de ficción en la edición de los Goya de este año, era bastante interesante y una buena excusa para que me contara cómo había sido la experiencia.



Entrevista a Hwidar, Goya 2008 a Mejor cortometraje de ficción.

Los Premios Goya de 2008 serán recordados por el conflicto que generó la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas al querer dejar fuera de la ceremonia a los cortometrajes. Finalmente éstos estuvieron presentes y el ganador en la sección de ficción fue Salvador (Historia de un milagro cotidiano). Breve película de la que el ceutí Abdelatif Abdesalam, Hwidar para los amigos, es el guionista y director. Este es el premio que le ha reportado más fama, pero el corto ya venía siendo avalado por numerosos galardones en festivales dentro y fuera de nuestras fronteras.
A Hwidar lo conocí en Valencia hace unos cinco años y enseguida observé que era una persona inquieta y afectuosa. Más tarde trabajé con él y advertí que era un todoterreno del audiovisual: cámara, actor, guionista y director son sus profesiones. En su currículum destacan tres cortometrajes que ha escrito y dirigido, una larga experiencia en programas de televisión y su participación como actor en películas como Fuerte Apache y La vida abismal.
Hacerle una entrevista me parecía difícil porque lo normal con Hwidar es sentarse para charlar y reír mucho, aunque de lo que se hable sea muy serio. Lo primero que le pregunté fue como había sido el viaje a Madrid, si había tenido muchos nervios.

Hwidar:
Fue extraño. Me han llamado de RTVE para hacer de actor en una serie. Ya estaba yendo a hacer los ensayos y me tocó irme el viernes a Madrid. Estaba en el ambiente Goya desde entonces. Pero cuando llegó el momento no me puse tan nervioso como yo pensaba porque antes que yo hablaron los compañeros premiados por Cortos de Animación y Documental respectivamente. Cuando me tocó a mí me sentía en el sitio. Lo disfruté.

Martín: ¿Cómo viviste el conflicto que existía entre los cortometrajistas y la Academia?
Hwidar: Había una cosa que me hacía sentir bien en todo momento, y es que todos los cortometrajistas eramos un bloque. Teníamos muy claro que hasta un determinado punto podíamos aguantar. Si no, eramos nosotros los que nos marchamos. Tranquílamente, sin ánimo de polemizar o echar un pulso. Simplemente creemos que hay unos mínimos de dignidad que se merece este formato y si estos no se cumplen ¿para qué meternos dónde no nos quieren?

M: ¿Crees que esta polémica puede servir para que el corto haya generado un nuevo interés entre gente que no está acostumbrada a ver este formato?
H: No lo sé, aunque me gustaría que sirviera para algo. Fue bonito, un movimiento con mucho apoyo, sólo hay que ver el listado de firmas que hay en www.indignados.org. Te das cuenta de que había gente de todo tipo. Este formato “minoritario” tiene un apoyo fiel. Espero que esto sirva para algo. Pero no es que lo crea, lo espero.

M:
Tu próximo proyecto es un largometraje del que estás escribiendo el guión. Si consigues llevarlo a cabo y dirigirlo, ¿piensas en volver a dirigir algún día otro corto?
H: Por supuesto. El cortometraje es un formato que tiene entidad propia y que hay que revisitar de vez en cuando. El corto te ofrece una cosa que posíblemente no te pueda dar el largo y es que en el corto puedes realizar pruebas radicales. Hacer locuras y arriesgarte con el experimento. En un largo tienes una responsabilidad más grande con la inversión que ha hecho mucha gente y eso es más complicado.

M: Lo primero que dijiste nada más recoger el goya fue: “Me resulta extraño estar aquí llamándome Abdelatif Abdesalam y que nadie me cachee”. Eso podría tener varias lecturas, gastar una broma para quitar hierro al conflicto entre Academia y cortometrajistas y por otro llamar la atención sobre problemas racistas que se han acentuado tras los atentados del 11-M y la nueva fiebre del terrorismo.
H: Realmente me resultó peculiar entrar a un sitio como el Palacio Municipal de Congresos del Campo de las Naciones y que nadie te moleste. Porque cuando, por ejemplo, cojo algún vuelo internacional los cacheos a los que me someten por llamarme Abdelatif Abdesalam son humillantes y eso es a partir del 11-S. Yo antes ya era árabe y era invisible, y ahora soy “algo” a lo que hay que mirar con lupa. La broma iba por ahí, por reírse de lo que es ser árabe, mirarlo con humor. El humor es algo saludable y necesario.

M: La trama de Salvador... se desarrolla en un vagón de tren el 11 de marzo de 2004, una fecha que ha marcado un antes y un después en este país. ¿Cómo nace la historia?
H: Nace por dos lados distintos. La primera el mismo día del atentado. Yo estaba trabajando de albañil levantando la pared de una obra y sonaba la radio. Dan la noticia del atentado y empiezan tres horas que fueron como un carrusel de muertos, primero 10, luego 14, enseguida 16... Era macabro. Me quedé como un calcetín del revés. Y ahí ya se puede decir que se estaba gestando algo. Luego, cuando salió la noticia de que se había encontrado una mochila que no había explotado, fue la que me dio el “clic”. Fue cuando empecé a llenar folios con historias y posibles personajes y a recopilar información. Pero esos dos momentos se convirtieron en el ADN de la trama, había que empezar a procesarlo. A los dos meses la historia ya estaba perfilada en mi cabeza y la escribí de un tirón.



M: Como los cortos, aunque sean premiados, muchas veces son difíciles de ver, ¿podrías hacer una sinopsis para los lectores de la revista?
H: Hombre, oír hablar de algo que no has visto y no puedes ver es frustrante. Si quieres puedo decirte un par de páginas web donde se puede ver. En la del festival de cortos “Fotogramas en corto” y en www.plus.es.

M: Entonces dejamos que la gente vea el corto y descubra allí la historia. Una vez me hablaste de la tesis sobre la que trabajaste la historia. ¿Quieres contarla?
H: Sí, no tengo ningún impedimento en explicarlo. Además, creo que se ve. Parto de una tesis muy sencilla y es que la primera víctima de ese vagón es el propio terrorista y el identificarse una persona con ese terrorista, hacer sentir al espectador ese vértigo, era un reto que me seducía. Eso me llevó a dotar el corto de una apariencia muy ingenua. Creo que funciona, o al menos el corto no genera rechazo. Remueve, pero no genera rechazo.

M:
Sois once hermanos, tendrías respuestas muy variadas cuando dijiste que querías dedicarte al cine.
H: Al principio fue muy divertido porque para ellos... bueno, me querían a pesar de eso. (Ríe). Pero de unos años para acá ya empiezan a ver que es algo serio, respetable y que vale la pena. Y después del premio están revolucionados. Yo creo que las personas que más disfrutan un Goya son los padres.

M: Eres guionista, director, operador de cámara y, además actor. ¿Te sentiste tentado a ejercer todos esos roles en Salvador...? Porque además el protagonista, Nacho Fresneda, y tú tenéis un fuerte parecido.
H: Sí, podríamos decir que es mi alter ego. Me sentí tentado a actuar porque en un principio no teníamos actor. Nacho tenía tanto trabajo con el teatro y la serie de TV que para poder hacer el corto tuvo que hacer encaje de bolillos y empalmar sin parar de trabajar en ventipico días, cosa que le agradezco mucho. Pero en ningún momento sentí deseos de hacerlo. Tenía ganas de dirigirlo, me apetecía más experimentar desde detrás de la cámara, porque además tenía un equipo potente, medios y nada de prisa. Podía trabajar como se debería trabajar siempre. Fue precioso. Eso no me lo quería perder, si actúas y diriges tal vez no acabes de hacerlo todo y te pierdas cosas.



M: En Salvador... se mezclan actores profesionales y amigos tuyos, incluso tu mujer tiene un papel, pero no se nota un salto en la actuación de los distintos personajes.
H: Tengo que decir que ahí hice trampa. Me explico, utilicé estratégicamente a diferentes actores que, de una forma muy espontánea, iban guiando a los que eran amateurs. Les iban puliendo. Tener a Pep Ricart apoyado en una barra no es sólo tener a un tipo apoyado, te está dando un tempo, unas miradas, sirve de referencia para los demás actores. Lo mismo te puedo decir de Albert Forner o Mario Osmar. Ejercían un influo que se notaba, si el actor está serio el resto de personas permanecen serias. Si ríe contagia su risa. Además, estaba pactado con ellos. Te puedo decir que los actores se convirtieron en directores de actores. Eso a mí me descargó de mucho trabajo porque yo tenía que concentrarme cien por cien en un niño, que es el elemento más inestable de un rodaje. Creo que salió bien, pero el merito no es mío, es muy colectivo. Creo que he tenido mucha suerte con mi equipo.

M:
El vagón en que se desarrolla gran parte de la historia tienes dos focos de atención, una familia latinoamericana y un musulmán. Ambos focos muestran a gente que por una razón u otra ha emigrado de su país. Los nativos españoles forman el resto del pasaje que observan lo que sucede entre estos dos focos. Esta acción está conducida por el niño latinoamericano que responde al nombre de Salvador, ¿siempre estuvo claro que el protagonista iba a ser un hijo de inmigrantes?
H: Sí. Hay una nueva España y eso es innegable. Si haces una lista de las víctimas del metro del 11-M estoy convencido de que la mayoría eran inmigrantes. La historia debe ir sobre ellos por pura honestidad. Y creo que funciona bien por eso, no está alejado de la realidad.



M: ¿Quieres que hagamos un balance de como fue la gala o de como fueron repartidos los premios? (Gira la cabeza para decir que no le apetece entrar en ese tema así que...) ¿Estás contento por Jaime Rosales?
H: Muchísimo, porque creo que se ha hecho justicia. No puedes juzgar películas que parten con dos presupuestos completamente distintos y tienes que valorar el riesgo. Una persona con menos dinero tiene que arriesgar más, se la tiene que jugar a todo o nada. El quiero y no puedo es lo más patético que te puede pasar en el cine, entonces tienes que ser radical. En este caso, creo que Rosales hace un trabajo muy digno y con mucha frescura. Nada trillado. Es una película de la que sales del cine cambiado.

M: ¿Cuales eran tus referentes a la hora de rodar?
H: No lo sé. Todo está ahí, lo que he visto desde Mazinguer Z hasta hoy, todo influye. No tengo prejuicios en beber de donde sea. Si veo algo interesante en un culebrón lo tomaré. La historia es la que pide lo que necesita y tú se lo buscas. Es la historia la que decide. Si tú quieres hacer una historia como un ejercicio de voluntad y no de honestidad quizá te salga algo muy racional pero carente de sustancia. Yo prefiero algo más místico, llamésmole así. La historia tiene su magia y basta con ser sensible para que ella te vaya proponiendo.

M: ¿Cuando empezaste a interesarte por el cine?
H: ¿Quieres el día concreto en que asumí que el cine era algo más? Fue el día que vi Johnny cogió su fusil. La vi con unos doce años y me dejó una semana k.o., en una especie de limbo interno que no sentía desde que escuchaba de niño las historias de mi tío. Yo soy árabe, y en mi cultura la tradición oral es muy importante y en todas las familias hay alguien bueno contando historias. En la mía era mi tío. Esa película fue el germen, luego tienes épocas en que te atrae más o menos en la que llegas a odiarlo. Pero creo que es saludable odiarlo de vez en cuando para mantener esa relación.

M: Has trabajado como actor en varias películas ¿cuál ha sido tu última experiencia como tal?
H: La última fue El mono de Ignacio Estrela, hice de actor y ayudé con el guión. Ahora está en post-producción. Es una película de guerrilla total. Fue una historia que nos propuso Ignacio a cinco amigos. Él es una persona que ha trabajado en el oficio empezando desde abajo. El mono cuenta la historia de un escritor que, tras un gran éxito, entra en una espiral destructiva por una crisis creativa lo que le lleva a convertirse en yonki. Para desintoxicarse decide volver a su pueblo y encerrarse en el chalet de sus padres e intentar descubrir qué hacer con su vida. Nos sedujo a todos, él decidió sacar un prestamo para costear la película y nos lanzamos. Estuvimos dos meses haciendo la peli. Yo le ayudaba con el guión y tenía un pequeño papel pero no encontrábamos actor. Así que un día Ignacio me pidió que fuera yo el protagonista. Empezamos a rodar pero el guión era muy atípico, había escenas muy definidas pero otras sólo estaban señaladas. Entonces nos sentábamos todo el equipo y la ocurrencia la tenía, a lo mejor, el de sonido. Nunca había trabajado así y fue muy gratificante. El otro día vi un pre-montaje y qué quieres que te diga, a pesar de que yo era el actor, me gustó. (Ríe). Tengo muchas esperanzas puestas en ese proyecto. Nos gustaría tener financiación para poder hincharla a 35 mm, porque sino es un material que se va a perder en cuanto a distribución se refiere.

M:
¿Tienes libertad para hablar de tus nuevos proyectos?
H: Sí, la serie de RTVE se titula Segunda oportunidad. Es una crtíctica tremenda a la burguesía y a los abogados draconianos. A todos los personajes les pasan conflictos que les afectan totalmente. Luego propone una doble visión, la de una familia burguesa y la de una corrala donde viven los inmigrantes y donde el cabeza de familia burguesa cae en desgracia y acaba viviendo ahí. Todo en tono de comedia. Mi personaje es un inmigrante magrebí que lleva 10 años trabajando en la construcción y tiene un hijo de 15 que no hace más que meterse en líos. Entonces se ve la inmigración desde dos generaciones distintas.

M: ¿Y tu largometraje?
H: Ya he acabado el primer borrador y estoy en fase de reescritura que es una parte dura y tediosa en la que vas a crisis por minuto. Trata sobre el choque de culturas pero abordado con humor y acción. La quiero hacer para mi hermano pequeño, él es el motor de la película. El público, para mí es mi hermano. Creo que si puedo hacer una película honesta para él será algo exclusivo pero a la vez universal.

En este punto apagué la grabadora y tratamos de hablar como dos amigos normales, pero como el Goya lo había recibido hacía apenas dos días fue imposible. Su teléfono no paraba de sonar. Todos sus amigos lo llamaban para felicitarle. Aunque tanto teléfono le tenía agotado todas las llamadas le alegraban y las atendía con una gran sonrisa. Sonrisa que no perdía al colgar.

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