miércoles, 10 de junio de 2009

Pedro Costa y PHotoEspaña

El diario Público ha publicado este artículo sobre Pedro Costa, un cineasta casi desconocido en España a pesar de ser de un país tan cercano como Portugal. Su cine es sosegado en sus planos pero intenso en su contenido. Hace unos tres años tuve la suerte de asistir a una conferencia suya en el DocsKingdom, un seminario sobre cine documental en Serpa (Portugal) y me sorprendió su forma de trabajar: sus rodajes se extienden durante meses rodando con un equipo mínimo y prestando atención a sus protagonistas que se interpretan a sí mismos. Reproduzco a continuación el artículo:


Pedro Costa (Lisboa, 1959) es un punki, y no sólo porque en sus años mozos tocara en una banda heredera del sonido oscuro de los Wire. Tampoco porque desprecie el poder, o porque haga un cine donde se vale de sí mismo, una cámara de vídeo y habitantes de un barrio marginal de Lisboa. Ni tan siquiera porque se descuelgue con afirmaciones como "yo a toda la gente que usa palabras como videoinstalación la metía en la cárcel".

Su vehemencia se ha sosegado, pero su espíritu permanece indómito, coherente, rabioso. El director al que PHotoEspaña dedica ahora un ciclo en la Filmoteca Española es un director cuya manera de hacer cine estremece tanto como sus resultados: de En el cuarto de Vanda (2000) a Juventud en marcha (2006).

El cartero fortuito

Costa acompaña a los habitantes del barrio de Fontainha, en Lisboa, desde que en 1994 visitara Cabo Verde para rodar la primera película que empezó a alejarlo de la industria, Casa de lava. Los que participaron en aquella película le dieron cartas para que las entregara a sus familiares, emigrados a Portugal y fundadores de las chabolas de Fontainha. De aquel cartero fortuito emergió un cineasta radical y comprometido, solitario y colectivo, que se mueve entre el realismo cinematográfico y el tenebrismo pictórico.

Su cine es documento y no documental. Desprecia el clásico formato de documental-entrevista y por eso, pese a las apariencias, lo suyo es ficción. Costa está, escucha, vive con la gente que le sirve de actores: "Soy un acompañante como en la música, donde hay un pianista que sigue al cantante", afirma. Cuando ve algo que le mueve, hace que sus protagonistas repitan lo dicho, hagan hasta 80 tomas de sus propias palabras. "Cuando hice Vanda quise hacer la mejor película de una chica y un cuarto", cuenta, "nunca tuve un documental en la cabeza".

Con cada uno de sus vídeos y largometrajes, Costa se involucra en el barrio y el barrio se involucra en su ficción: "Ellos saben que no me voy, que no soy un reportero que llega y se va. Y que el arte no está lejos de ellos. Sino que es una cosa de paciencia y trabajo".

También es un asunto primitivo, de construcción de leyendas. "Las películas hacen algo de mágico, crean mitos. En ese sentido se escapa del documental. Porque creamos esa mitología, que va más allá de la entrevista a Ventura o a Vanda (personajes de varias de sus películas). Es su vida y no es su vida. Es su vida trágica y al mismo tiempo es el mito", explica.

Sin territorio

Desde que los habitantes de Fontainha fuera desalojados y sus casas demolidas como documentó En el cuarto de Vanda y Juventud en marcha, Costa sabe que se abre un nuevo camino para él y los suyos. "No hay escenario, no hay país. No hay territorio. No les gusta representar el nuevo barrio como su casa", comenta. Los pasos que seguirá el portugués irán más por el camino de sus adorados cineastas franceses, los Straub. Su cine será "más teatral", en el sentido de "alguien que está y habla".

Una vez más la presencia de una persona bastará para hacer cine. La luz de un rostro bastará para hacer memoria.

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